Ilustración de Vicky Casellas

Ilustración de Vicky Casellas


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Después de varios días de continuas lluvias, la laguna aparecía en todo su esplendor. El agua se veía transparente y las nutrias aprovechaban las primeras luces del día para zambullirse e intentar pescar algo y así saciar el hambre. No eran los únicos habitantes de la laguna que ya estaban despiertos: la garza, el rascón o el ánade real estaban ya en plena actividad en busca de algo para comer.

En la orilla, Violeta, la ranita de San Antonio, estaba más nerviosa que de costumbre. Hacía una semana que había recibido una carta de su amigo Batracio en la que le pedía que la fuese a visitar a su nuevo trabajo. La verdad es que tenía muchas ganas de volver a encontrarse con él y ver lo bien que le iba en su puesto.

«Seguramente, pensaba para sí misma, ahora está mucho más feliz y contento. Además, de paso, podré ver la diferencia entre vivir en una charca y vivir entre cuatro paredes»

Hoy por fin, después de dejar todo arreglado en manos de sus compañeras, podía disponer de unos días para acercarse hasta la Mansión, como era conocida la morada de su amigo. Según comentaban los que habían estado en ella, era un sitio espectacular, con todo tipo de lujos y de comodidades. En el interior, más de cincuenta habitaciones que hacían muy difícil el mantenimiento diario. En el exterior, unas grandes zonas con parterres y otras más frondosas, llenas de árboles centenarios y de una rica variedad de flora, convertían la casa en un refugio de paz y tranquilidad.

Muchas veces habían soñado con poder entrar y poder disfrutar de este oasis, pero les parecía algo inalcanzable, algo imposible… y sin embargo, ahora ella se disponía a conocer de cerca todo aquel vergel. Por eso estaba tan nerviosa, tan intranquila…por eso y por poder volver a ver a su mejor amigo. Cuando se marchó, hace ya un año, no sabía que le iba a echar tanto de menos.

Tras varios días de viaje, ya estaba frente a la enorme puerta principal. Todo el perímetro estaba lleno de cámaras y alambradas. La seguridad era máxima antes de acceder a la zona donde ahora vivía su amigo. Una prueba de paciencia para alguien tan nerviosa como ella. Al cabo de tres controles, por fin estaba esperando el encuentro.

La primera impresión no fue muy buena. Más bien al contrario. Parecía que había envejecido cinco años de golpe. Su forma de caminar hacia la entrada donde ella estaba reflejaba un cansancio fruto de varios días sin poder dormir. Su cuerpo había perdido todo el tono muscular que, en el pasado le habían hecho merecedor de no pocas miradas de deseo. Pero, lo peor de todo, lo que más sorprendió a Violeta es que ya no tenía esa mirada llena de vida, llena de ganas de aprenderlo todo, de comerse el mundo. Esa mirada intensa con la que dejó la laguna hacía apenas doce meses.

Mientras le acompañaba hasta su habitación de invitados, Batracio le fue relatando su vida en la Mansión. Su principal tarea era conservar limpio el estanque, la zona más hermosa de la casa. Allí se podían ver un sinfin de nenúfares a cual más hermoso. En uno de los lados, una fuente de piedra, vertía un fuerte chorro de agua transparente que mantenía limpio todo el recinto. Alrededor del agua, unos cuantos setos de arrayán añadían al entorno la esencia de los jardines árabes. Como colofón, un pequeño cenador, con una mesa y varias sillas, que servía para ayudar a mitigar el calor asfixiante del verano.

Sin embargo, ese entorno de ensueño se había convertido en una pesadilla para nuestro amigo.

«Ya no puedo más. Esto es horrible. Voy a dejarlo. Esto es mucho para mí» – comentó Batracio con un hilo de voz

«¿Horrible? – preguntó extrañada Violeta – «pero si todo es muy hermoso, es maravilloso»

«Sí, sí. Maravilloso si no fuera por los mosquitos. En lugar de un sitio agradable, esto se ha convertido en un infierno» – comentó desconsolado Batracio.

«¿Mosquitos?» – preguntó Violeta sin comprender la razón de ese desánimo – yo no veo ningún mosquito.»

«Espera a que llegue la última hora de la tarde o hasta que empieza a amanecer. En ese momento, un sin fin de criaturas aladas se hacen dueñas y señoras de este lugar y no hay manera de pasear sin que te acribillen con sus picaduras» – explicaba Batracio al tiempo que señalaba todas las partes de su cuerpo.

«No te preocupes. Seguro que hay alguna solución – dijo Violeta con la seguridad de lo que decía. Durante muchos años, ella misma tuvo más de una invasión de estos pequeños y revoltosos compañeros de laguna, pero siempre había encontrado una solución. Su lema era: siempre hay un camino si hay una decisión.

Como quedaba algunas horas para la visita de los mosquitos, Batracio y Violeta se dedicaron a ponerse al día de los otros temas. Violeta le comentó lo ilusionada que estaba con su nueva casa (no tan grande como en la que estaban, pero muy confortable) y los momentos más divertidos en la laguna.

Después de esta pequeña charla, Batracio estaba más tranquilo, incluso había recuperado el sentido del humor que le caracterizaba. En ese momento, se encontraban de vuelta al estanque y podían contemplar el espectáculo de las luces del atardecer cuando los rayos de sol se reflejaban en las nubes.

Tal y como había comentado nuestro amigo, en ese momento, miles de mosquitos empezaron a inundar el aire con sus vuelos frenéticos. Había zonas donde la cantidad de insectos hacía imposible permanecer sin recibir un picotazo. Otras, sin embargo, estaban más tranquilas. Violeta se fijó en estas últimas y tuvo claro cuál podía ser la solución a los problemas de su amigo.

Con la determinación que le caracterizaba, al día siguiente se puso a la tarea de comprobar su idea. Para ello, seleccionó una de las áreas con más número de mosquitos. Al final de esa misma mañana, todo estaba preparado para la prueba. Violeta llamó a Batracio y juntos fueron a comprobar el resultado de su plan. Estaba impaciente y no podía parar de repasar hasta el último detalle.

Cuando llegó otra vez la hora de la puesta del sol, se sentaron y contemplaron el atardecer, pero esta vez sin mosquitos. Batracio no daba crédito al cambio producido en apenas veinticuatro horas…

«¿Qué has hecho?» – preguntaba acelerado Batracio a su amiga – «No lo puedo creer. Esto es fantástico. Dime Violeta, ¿cómo lo has conseguido?»

«Ayúdame y verás » – respondió con un aire de misterio en sus palabras – «Primero, elegimos la próxima zona y empezamos a limpiar los desagües más cercanos. Pero no solo por fuera, sino eliminando también las hojas o restos que puedan quedar en el interior. «

«Pero, eso ya lo hago casi todos las semanas…» protestó su amigo.

«Estoy segura, solamente es para comprobar si hay que limpiar más a fondo – comentó Violeta – pero lo más importante es hacer unos pequeños cambios en los alrededores del estanque».

«Pero, cómo… – empezó a decir Batracio…

«Menos peros y más manos a la obra. – resumió Violeta para evitar una nueva interrupción.

No le quedó más remedio a Batracio que dejar las dudas para el final de la jornada y puso todo su empeño en ayudar y, de paso, aprender un poco de lo que hacía su amiga. Una vez acabada la jornada y de finalizar el trabajo, pudo volver a su interrogatorio.

«Hay que saber utilizar las ventajas de lo que tenemos alrededor» – empezó con aire enigmático Violeta.

«Como no te expliques mejor, me quedo igual».

«De acuerdo, te lo cuento. Primero, es muy importante eliminar todos los posibles focos de acumulación de suciedad. En segundo lugar, estas plantas ahuyentan los mosquitos de una manera natural y, al mismo tiempo, tienen un aroma muy agradable. El peor enemigo del estanque es el agua estancada y maloliente. Así de fácil y sencillo» – resumió Violeta.

Efectivamente, al tiempo que iban transformando la vegetación y eliminando los restos de hojas y vegetación acumulada en los sumideros, iban disminuyendo las molestias con los mosquitos. En apenas unos días, todo el trabajo estaba acabado y el estanque recuperaba la posibilidad de disfrutar de su entorno a cualquier hora del día. Por fin, la pesadilla de Batracio finalizada.

A los pocos días, los dos estaban celebrando en el cenador el éxito. Batracio estaba súper contento y no paraba de hablar.

«Muchas gracias, Violeta. He aprendido mucho con tu ayuda. Lo primero es que siempre se puede encontrar una solución si se pone empeño en ello. Lo segundo, es que trabajando en equipo se consigue más que si se trabaja solo.»

Violeta asentía y sonreía. «¿y no hay algo más?

Pero por mucho que Batracio intentó encontrar esa otra enseñanza no pudo dar con ella. Y Violeta tampoco estaba dispuesta a ayudarle. A la siguiente jornada, su amiga emprendía el viaje de regreso y seguía sin soltar prenda. Solo fue al cabo de unos días cuando Batracio se dio cuenta de lo que faltaba por aprender: no sabía el nombre de las plantas antimosquitos.

«Por eso, se marchó tan contenta» – pensó Batracio «sabía que volveríamos a vernos dentro de poco».