Ilustración de Vicky Casellas

Ilustración de Vicky Casellas


 

Esta historia, dentro de nuestro apartado de microcreatividades, es una deconstrucción, según su autor, del cuento de Caparucita Roja. Para escribirla Alfredo Herrera se ha inspirado en una  ilustración de Vicky Casellas:

«Me recordaba a las conexiones de Internet. Empecé otro relato con este tema, pero no lograba una trama coherente. De repente, me vino la idea de utilizar un relato tradicional y voilà…»

A continuación tenéis el cuento titulado Caperucita 2.0:

«En un lugar no muy lejano, Caperucita se levanta con la luz de su móvil parpadeando sin cesar. Más de 100 mensajes no leídos aparecen dispuestos en línea esperando su atención. Muchos de estos mensajes los enviará a otros grupos y, alguno de ellos, volverán a ella al cabo de unos minutos como en un eterno boomerang.  

Como todos los días, añade una foto personal a su perfil en la red.  Hoy, además de vestirse con capa con capucha roja, ha mostrado el regalo que va a llevar a su abuelita: un nuevo ordenador portátil. De paso, conocerá su nueva casa. Su abuela acaba de mudarse a un lugar mucho más tranquilo. Con muchas más zonas verdes y menos contaminación, pero también más alejado de su casa.

 Antes de salir consulta de nuevo su localización,  tiene que atravesar un pequeño bosque de pinos y alcornoques un poco oscuro, pero es el camino más rápido. La aplicación le informa también que el próximo autobús llegará a la parada en diez minutos, así que sale de casa enviando antes un mensaje de texto con un par de besos a su madre. Ella contesta con un emoticono de burla.

Durante el trayecto, decide aprovechar el tiempo escuchando las últimas canciones de su grupo favorito. Se coloca los cascos y se conecta por streaming a la web donde comparten sus éxitos.  Ya ha comprado las entradas de su próximo concierto en la ciudad. Aún queda un par de meses, pero ya tiene ganas de verlos. Dicen que son la mejor banda en vivo. 

Caperucita  está tan distraída que se olvida de bajarse a tiempo.

– «Una lata» -piensa- «Tendré que caminar todavía más.»

Cuando baja del autobús, dirige sus pasos hacia el bosque. No hay mucha gente y las pocas farolas se encuentran rotas o averiadas. A lo lejos vislumbra un grupo de gente en lo que parece una fiesta. La música que llega a sus oídos y las risas la animan a acercarse. Tras andar unos cuantos pasos hacia la gente, descubre que en realidad es una quedada en la que los asistentes van disfrazados. En la Facultad ya le habían comentado esta nueva forma de citas por Internet. Uno de los asistentes se acerca a su lado.

– «Eh, ¿Vienes a la fiesta?» -le pregunta una voz debajo de un disfraz de lobo. 

– «No, me he perdido. Estoy buscando la salida -responde entrecortada Caperucita- Voy a casa de mi abuela que vive por esta zona»

– «Si quieres, te llevo hasta la salida del bosque. Está cerca de aquí»

– «Muchas gracias, se lo agradezco» -acepta Caperucita con la mejor de sus sonrisas.

Así fue. En el camino, van hablando sin parar. Cuando llegan a la salida, intercambian sus perfiles de Skype para seguir en contacto. Tras despedirse, Caperucita vuelve a colocarse los auriculares y así amenizar el camino que le queda hasta la casa de su abuelita.  

Situada al final de una pequeña colina, la casa ofrece intimidad además de unas maravillosas vistas. Su estilo recuerda a las casas mediterráneas de una sola planta. La casa tiene además un espacioso jardín en la parte trasera.

Al cabo de unos cuantos minutos, Caperucita  llega a la puerta y toca el timbre del portero automático. 

– «Abuelita. Soy yo, Caperucita»

La  puerta se abre y la joven entra sin prisa por la puerta principal. Lo primero que ve desde el recibidor es la puerta del salón. Cuando entra en él, ve con sorpresa una cadena de música con un buen equipo de altavoces

– “Abuelita, ¡qué  equipo más grande tienes!”

– “Es para oir mejor” -se oye en la distancia. 

 Caperucita accede a la cocina donde unos grandes ventanales dejan ver la parte trasera.

– “Abuelita, ¡qué ventanas tan grandes tienes!”

– “Es para ver mejor”

Sin todavía entender por qué su abuela no ha salido a recibirla, Caperucita se encamina al jardín de donde parece proceder la voz. Allí ve que su abuela está sentada en la mecedora de espaldas a la puerta para así ver mejor las vistas del ocaso del sol.

Caperucita se acerca para darla un beso y, en ese momento, observa una gran barbacoa en uno de los extremos del jardín. Unos  cuantos carbones están encendidos.

– “Abuelita, ¡que fuego tan grande tienes!”

– “Es para comerte mejor”  

Desde detrás de la mecedora, salta de repente el lobo que le había estado acompañando en el bosque. Caperucita da un pequeño grito y queda medio paralizada. De repente, recuerda sus clases de defensa personal y lanza una contundente patada en plena zona genital. Al retorcerse de dolor, Caperucita asesta un preciso golpe en la cara con su rodilla. Finalmente, sin esperar un segundo, saca su spray antivioladores y rocía los ojos de su atacante. En esos momentos, unos gritos de dolor se apoderan de toda la casa.

Con decisión y rapidez, manda un mensaje de auxilio a la policía a través de si móvil. Mientras llegan los agentes, ata las manos por la espalda y las une a las piernas con un nudo propio de los mejores marinos.

Una vez inmovilizado, va en busca de su abuela a la que encuentra tendida en la cama de la habitación principal. Afortunadamente, solo sufre un pequeño mareo pasajero y,  con unos cuantos vasos de agua, va recuperando poco a poco la consciencia.

– ¿Estás bien, Caperucita? – pregunta preocupada la abuela

– Muy bien. Descuida. –contesta Caperucita con una sonrisa – “El único que tendrá que pasar una temporada dolorido es nuestro incauto visitante”. 

Así es. Según la policía, el lobo es un acosador que ya había actuado en el barrio y al que tenían ganas de apresar.

Y colorín, colorado…»